Señor Crucificado y Resucitado,
enséñanos a afrontar los hechos de la vida cotidiana,
a fin de que podamos vivir dentro de una más grande plenitud.
Tú acogiste humilde y pacientemente los fracasos de tu vida
que te llevaron hasta los sufrimientos de tu crucifixión.
Ayúdanos a vivir las penas y las luchas que nos trae cada día
como ocasión para crecer y para asemejarnos más a tí.
Haznos capaces de mirar esas pruebas con valentía y mansedumbre,
llenos de confianza, porque tú nos sostienes.
Permítenos comprender que no llegaremos a la plenitud de la vida,
si no morimos sin cesar a nosotros mismos,
a nuestros deseos egoístas.
Porque solamente si morimos contigo, podremos resucitar contigo.
Que nada de ahora en adelante, nos haga sufrir o llorar
al grado de olvidar la alegría de tu Resurrección.
Tú eres el sol que resplandece del Padre.
Tú eres la esperanza de la eterna felicidad.
Tú eres el fuego del amor que incendia nuestros corazones.
Que la alegría de Jesús sea nuestra fuerza,
que sea entre nosotros lazo de paz, de unidad y de amor.
Amén.
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