viernes, 3 de julio de 2015

Ámame tal como eres

Conozco tu miseria, tanto las luchas y tribulaciones de tu alma, como la flaqueza de tu cuerpo enfermizo; conozco tu cobardía, tus pecados, tus desfallecimientos; y sin embargo te digo: “¡Dame tu corazón, ámame tal como eres!”
Si esperas a ser un ángel antes de abandonarte y de entregarte al Amor, no Me amarás nunca. Aunque caigas con frecuencia en esas faltas que no quisieras cometer, aunque seas tan débil en la práctica de la virtud: lo soporto todo, menos que no Me ames. En cualquier instante y en cualquier disposición en que te encuentres, tanto en el fervor como en la aridez, ¡ámame tal como eres!.
Quiero el amor de tu indigente corazón; si, para amarme, esperas a ser perfecto, no Me amarás nunca. ¿Acaso no podría Yo hacer de cada grano de arena un serafín radiante de pureza, de nobleza y de amor? ¿Acaso no podría yo, con un solo signo de mi Voluntad, hacer surgir de la nada millares de santos mil veces más perfectos y amables que los que he creado? ¿Acaso no soy Todopoderoso? ¿Y si quisiese dejar en la nada para siempre a esos seres maravillosos y prefiriese tu pobre amor al suyo?

Hijo mío, déjame amarte. Quiero tu corazón. Evidentemente tengo previsto formarte, pero entretanto, te quiero tal como eres. Y quisiera que tu hicieses lo mismo; deseo ver ascender el amor desde lo más profundo de tu miseria. Amo en ti incluso la flaqueza. Me place el amor de los pobres; quiero que, de la indigencia, se eleve continuamente este grito: “Señor, te amo”. ¿Para qué quiero yo tu ciencia y tus talentos? Habría podido destinarte a grandes empresas; pero no, tú serás el siervo inútil. ¡Sólo te pido que ames! El amor te llevará a conseguir todo lo demás sin que te des cuenta; intenta solamente llenar de amor el momento presente; procura cumplir por amor todos tus pequeños deberes.

Hoy me presento como un mendigo ante la puerta de tu corazón, Yo, el Señor de los señores. Llamo y espero: date prisa en abrirme, no alegues que eres miserable, no me digas que no eres digno. Si conocieses del todo tu pobreza y tus límites, morirías de dolor. La única cosa que podría herir Mi corazón, sería verte dudar o faltar a la confianza. Quiero que pienses en Mí cada hora del día y de la noche: no quiero que hagas la más mínima acción por ningún motivo que no sea el amor. Te daré un amor mucho más perfecto que lo que jamás soñaste.

Pero acuérdate de esto: ¡ámame tal como eres! No esperes a ser santo para abandonarte y entregarte al Amor, si no, nunca Me amarás.
(San Agustín de Hipona)